24.4.07

Humprey

De pequeño siempre quise parecerme a umprei. Sí, sí, a umprei. Detestaba a las personas que le llamaban janfri. No sé, quizás me recordaban a mi tío Juanvi, que era insoportable porque cada vez que iba a visitarle me daba un tirón de orejas porque quería que creciera más, decía él, pero lo único que conseguía era humillarme delante de todos mis familiares y amigos.
Por eso umprei fue mi ídolo. Me gustaban las cosas que eran tal como parecían, y no aquellas que se empeñaban en parecer distintas, o aquellas que eran diferentes a cualquier parecido que tuvieran. Como mi tío, que de simpático y gracioso no tenía ni un pelo. Y no lo digo porque estuviera calvo.
Quizás fuera ese el motivo de su animadversión para con mis orejas. Al ser calvo sus orejones lo convertían en objeto de burla cotidiana, y él parecía querer trasladar sus humillaciones sobre mí tratando de buscar un digno competidor de sus hazañas naturales.
Claro que resultaba imposible competir con aquél descendiente de Dumbo, por mucho que él quisiera negarlo. Y que conste que siempre tuve para mis adentros aquella comparación. Siempre tuve la mesura como cárcel de mis palabras. Ningún pensamiento cruzaba mis labios sin antes haber pasado los filtros de la decencia, la mesura, el tacto y la consideración. Y así me gané la fama de poco hablador, que mis críticos más feroces convirtieron en tímido y desconsiderado.
Nunca fui amante de los tumultos, las tertulias o las concentraciones. Prefería mis soledades, mis paseos a dos con cualquier persona que se prestara a una buena conversación. Agradecía el contacto suave de las sensibilidades compartidas y huía del griterío brusco de las aglomeraciones. Y claro, terminé sumergido devorando aventuras, monólogos, historias, anhelos y sentimientos que se desprendían hoja tras hoja de los pocos volúmenes que habitaban en la biblioteca de mi barrio.
Allí fue donde descubrí por vez primera a umprei -en aquellos días no podía comprender porqué habían decidido escribirlo humphrey-, porque en mi barrio no había cine, como tampoco había centro médico o alcantarillado, sino sólo una deshilachada hilera de casernas amontonadas y al final, cerca del río, una pequeña casona que hacía las veces de escuela, biblioteca y tienda de aprovisionamiento de víveres en aquella entrada de olores tan penetrantes.

Por eso siempre quise ser umprei, umprei blogart.

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